Blades of Fire.- Hay juegos que se sienten como una chispa fugaz: los juegas, los disfrutas, y luego los olvidas. Pero hay otros… que se te quedan clavados como una espada caliente en la memoria. Blades of Fire, lo nuevo de MercurySteam (sí, los mismos genios detrás de Metroid Dread), no solo es un RPG de acción. Es una carta de amor al arte de pelear, forjar y sobrevivir en un mundo donde el acero tiene alma y la historia se graba a martillazos.
¿Está a la altura de las comparaciones con Dark Souls y God of War? ¿O es simplemente otro clon más tratando de llamar la atención? Agarra tu yelmo y ponte cómodo, porque aquí te voy a contar por qué este juego se ha ganado un puesto en mi altar de favoritos… y por qué quizás tú también deberías prenderle una velita.
La historia de Blades of Fire no reinventa la rueda, pero la refuerza con acero puro. Encarnamos a Aran, un forjador y guerrero marcado por la tragedia, que vive en un mundo arrasado por la corrupción de la Reina Nerea. Lo interesante aquí no es solo el conflicto externo, sino la relación que se cuece entre Aran y Adso, su joven aprendiz —una dinámica que recuerda mucho a la de Kratos y Atreus, pero con un enfoque más silencioso, más espiritual, casi como si cada golpe de martillo en la forja llevara consigo una lección de vida.
El mundo está dividido en capítulos, no en un mapa abierto gigantesco, lo cual puede parecer una decisión arriesgada en pleno 2025… pero créeme, funciona. Cada zona es una pieza cuidadosamente diseñada, como si cada área fuese una hoja de acero templada con cariño. Y en cada rincón, la narrativa se va revelando no solo con cinemáticas, sino a través del entorno, los enemigos y las armas que forjas.

El arte de pelear: ni rápido ni furioso, sino calculado y letal
Si vienes esperando un hack and slash frenético… estás en el horno. Aquí, cada combate se siente como un duelo personal. Los enemigos no son esponjas de daño, y tú tampoco eres invencible. Hay que medir, bloquear, esquivar y atacar con precisión. Se siente más cercano a Dark Souls o Lies of P, pero sin ser tan castigo-heavy. Más bien, recompensa la paciencia y el dominio del timing.
Y cuando logras mutilar a un enemigo con un corte preciso… uf. No es solo visualmente brutal, es satisfactorio. Hay un peso en cada movimiento, una intención. Cada enemigo tiene puntos débiles distintos, y si no estudias sus patrones, estás condenado. La curva de dificultad es justa, pero no perdona a los descuidados.
Olvida subir niveles con puntos de experiencia o andar calculando estadísticas abstractas. Aquí, tu verdadero progreso está en tu acero. Literalmente.
Blades of Fire introduce un sistema de forja que es, sin duda, su mayor acierto. Hay siete familias de armas —espadas largas, martillos, cuchillas dobles, lanzas, etc.—, y cada una tiene un estilo de combate y una personalidad. A medida que usas un arma, esta gana “reputación”, lo que no solo desbloquea mejoras, sino que también te permite intercambiarla por materiales de mejor calidad. En otras palabras: cuanto más peleas con un arma, más te conoce… y más letal se vuelve.
Esto crea una conexión emocional con tus armas. No estás simplemente cambiando de espada como quien cambia de ropa. Aquí te encariñas con tu martillo de confianza. Lo limpias, lo mejoras, lo sufres. Y cuando llega el momento de dejarlo ir por una forja superior… te duele. Porque no es solo una herramienta: es parte de tu viaje.



Sí, es imposible no notar las similitudes con God of War. La relación maestro-aprendiz, el combate visceral, incluso algunas cámaras y animaciones. Pero Blades of Fire no se queda en el mimetismo. Toma esas influencias y les da un giro propio, especialmente con su enfoque más artesanal en la progresión y en el ritmo del combate.
Hay quienes dirán que le falta una identidad más clara, que aún se nota la sombra de sus influencias. Y puede que tengan algo de razón. Pero yo prefiero verlo como un guerrero joven que está encontrando su voz, su camino. No será perfecto, pero tiene fuego. Y eso vale.
Un mundo fragmentado, pero con alma
El diseño del mundo en Blades of Fire no es “open world” al estilo Ubisoft, sino más contenido, enfocado y bien distribuido. Cada mapa es casi como una mazmorra en sí misma, con secretos, rutas alternativas y jefes que marcan el final de cada etapa como un buen forjado.
Visualmente, el juego es un espectáculo. Las luces, el uso del fuego, las partículas metálicas flotando en el aire… todo tiene una estética de forja viva. El mundo parece respirar metal caliente. Y la música… ¡la música! Compuesta por Óscar Araujo, conocido por Castlevania: Lords of Shadow, logra ese equilibrio perfecto entre épico y melancólico.
Eso sí, no todo brilla. Las voces en inglés a veces se sienten un poco planas, y la mezcla de audio en ciertos momentos podría afinarse más. Pero nada que arruine la experiencia.
Conclusion:
Blades of Fire no es un juego para todos. Es denso, táctico, y exige atención. No busca sorprender con mil sistemas sobrepuestos, sino que apuesta por una base sólida: combate, forja, narrativa. Y lo hace con una convicción admirable.
Puede que no revolucione el género. Puede que todavía arrastre la sombra de otros grandes. Pero tiene algo que muchos AAA olvidan: corazón. Cada espada que forjas, cada enemigo que enfrentas, cada silencio entre Aran y Adso… todo respira intención, pasión, y ese amor por los juegos que se sienten personales.
Así que sí, si te gusta el acero, la estrategia, y las historias de redención envueltas en fuego… Blades of Fire no solo es recomendable. Es necesario.